Los alcances de la polémica Ley Bolívar

enero 12, 2025

La recién aprobada Ley Bolívar, impulsada por el gobierno de Nicolás Maduro, no solo impone sanciones severas, sino que también plantea un panorama inquietante para la disidencia y los derechos civiles en Venezuela. La normativa prevé castigos de hasta 25 años de cárcel, inhabilitación política vitalicia y la confiscación total de bienes a quienes hayan respaldado o propiciado sanciones internacionales contra el régimen.

La medida, a todas luces draconiana, parece ser un paso más en el esfuerzo del chavismo por blindarse ante cualquier desafío externo o interno. Bajo la premisa de proteger la soberanía nacional, esta ley pone a cualquier ciudadano, activista, periodista o líder político crítico en una posición de vulnerabilidad extrema.

Lo más preocupante es la amplitud del concepto de «respaldo» a sanciones internacionales. ¿Basta con una declaración pública, un tuit, o un comentario en una entrevista para ser señalado como culpable? En un contexto donde el control del aparato judicial está alineado con el oficialismo, las posibilidades de justicia imparcial se desdibujan peligrosamente.

La confiscación de bienes, además, no solo busca castigar, sino que también apunta a despojar a los críticos de su capacidad económica para resistir o incluso sobrevivir. Este mecanismo convierte al Estado en juez, jurado y beneficiario del castigo, dejando al individuo en total indefensión.

Más allá del impacto inmediato, la Ley Bolívar representa un mensaje de intimidación dirigido a cualquier persona que contemple disentir o buscar apoyo internacional. Es una advertencia clara de que no hay espacio para el desacuerdo en el país, y de que la lealtad al régimen se impone, no se gana.

En términos internacionales, esta ley podría ser vista como un intento de aislar aún más a Venezuela del escrutinio global. Al criminalizar las sanciones y a quienes las apoyan, el régimen intenta convertir el repudio internacional en un acto ilícito, algo que inevitablemente generará críticas y preocupación en organismos defensores de los derechos humanos.

¿Es esta ley un intento por consolidar poder o un reflejo de la debilidad del gobierno frente a la presión externa? Quizás sea ambas cosas. Lo que queda claro es que la Ley Bolívar no solo pone en peligro a los opositores, sino que también exacerba el ambiente de temor y represión que ya prevalece en el país.

En un sistema donde el margen para el debate se reduce a casi nada, los ciudadanos se enfrentan a una disyuntiva: alzar la voz y arriesgarlo todo, o guardar silencio y resignarse. La pregunta es, ¿hasta cuándo podrá un pueblo silenciado resistir?